...y en plena caída, con el viento castigándole la cara, Cristina recordó la promesa que días atrás le había hecho a su flamante marido: "este será mi último salto; ahora tengo alguien que me espera en casa". Siguió con la vista el vuelo de la avioneta naranja que se alejaba y respiró profundamente.
Consultó su altímetro y calculó que disponía de diez segundos más de placer hasta accionar el mecanismo de apertura. Comenzó mentalmente el conteo final: uno, uno y medio, dos, dos y medio... "Qué verdes se ven los campos" —pensó—... seis, seis y medio, siete... "Me siento verdaderamente libre. Como quisiera que Ernesto estuviera aquí"... nueve, nueve y medio, diez "¡YA ¡" ¿Qué pasa? No sentí el tirón en la espalda... quince, quince y medio, dieciséis... "debo serenarme, debo serenarme. Accionaré el mecanismo de emergencia"... veinte, veinte y medio, veintiuno "¡YA! "... veintitrés ¡Dios mío! ¿Qué broma es esta?... veintiocho, veintiocho y medio...
Horas más tarde, el traumatólogo diagnosticó una fuerte contusión en el hombro izquierdo y cadera del mismo lado. "Nada grave, suerte que el piso es de madera", le dijo éste a Ernesto. "Y que la cama no es muy alta", replicó aquél.
Gustavo Raimondo
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