CAPÍTULO 1

( Buenos Aires... 1975)

 

 

El profesor Carlos Cosentino, apodado por sus alumnos como "Doctor Tino", ejercía la titularidad de varias cátedras en la Facultad de Filosofía y Letras de la ciudad de Buenos Aires. Tenía treinta y siete años y aparentaba muchos más. Tal vez, si no se engominara el pelo o dejara de usar esos trajes tan fuera de moda, lograría asemejar su imagen a su edad; pero eso lo tenía sin cuidado. Su pasión por la mitología griega estaba por encima de cualquier otra consideración. Y se sentía bien así, en el ámbito que deseaba y enseñando lo que más amaba. Fue en una de aquellas cátedras donde intuyó que su transcurrir por la vida sufriría un cambio que gravitaría fatalmente en su futuro.

Eran las diez de la mañana de un Viernes, tema: mitología griega, y se encontraba frente a cuarenta y ocho alumnos dispuestos a escuchar una clase magistral de su parte sobre los Doce trabajos de Heraclés. Por experiencia, tenía claro que explicar cada uno de los doce trabajos le podría llevar aproximadamente diez minutos por tema; en consecuencia, le esperaban dos horas de arduo peregrinaje por los caminos plagados de Dioses y Héroes de la mitología Griega.

En aquella cátedra, había una alumna que se destacaba del resto. Era una aterciopelada rosa en medio de yuyal; una rosa que trataba con gran esfuerzo de mantener los ojos abiertos, pero al promediar el monólogo sobre el quinto trabajo de Heraclés, sucumbió a los efectos de Morfeo y se durmió.

Al principio, el profesor Cosentino no lo notó, pero al pasar por su banca la vio cruzada de brazos, con el mentón pegado a su pecho y con los cabellos dorados volcados hacia adelante tapándole parcialmente la cara. En ese momento sintió deseos de despertarla con un grito de atención, pero quizá por cobardía, o tal vez por compasión, decidió no hacerlo.

Llevaba más de medio año enseñando en aquél curso y en todo ese tiempo no había reparado en ella.

Desde que la descubrió durmiendo, no se separó de su lado. Una fuerza interior le impedía moverse, y le causó cierta gracia el hecho de verse parado en mitad de la clase, firmemente erguido, como un guardia pretoriano que tiene por única misión velar el sueño de aquella muchacha. Al terminar la cátedra, ella se despertó sobresaltada.

—¿Soñó algo interesante durante mi cátedra?

—Le ruego que me disculpe Doctor. No se volverá a repetir —dijo ruborizada. Sus ojos de color celeste cielo lo encandilaron.

—¿Puedo saber su nombre?

—Marcela del Prete. No quiero que piense que soy una irrespetuosa o que no me interesa su cátedra; simplemente tuve una noche fatal. No tendría que haber asistido hoy.

—Todos tenemos alguna vez una mala noche en nuestras vidas —dijo molesto consigo por haber empleado una frase tan vulgar. En ese instante, irrumpió en el aula semi-vacía una compañera de Marcela:

—"Disculpe Doctor" —y dirigiéndose a Marcela—:

—Te espero en la confitería. No tardes. —Luego se marchó.

Marcela había comenzado a recoger sus libros dando señales de querer dar por terminado aquél diálogo.

—Espero verla el próximo viernes más dispuesta. Voy a hablar sobre la Odisea y no creo que a Ulises le hubiera gustado saber que alguien se durmiera mientras le relataban tamaña epopeya —dijo con una sonrisa.

—Prometo venir descansada.

Luego de estrechar su mano, Marcela se retiró.

Al verla partir, Cosentino reflexionó sobre el momento en que su mano tomó contacto con la de ella. Sintió dentro de sí como una vibración extraña muy difícil de explicar. Es lo que en parapsicología se denomina: "entrar en contacto". Él es un apasionado lector de textos que relatan hechos paranormales y tratan el tema desde una óptica científicamente demostrable.

"¡Que capricho del destino!" —Pensó— "Nuestras almas entraron en contacto".


Gustavo Raimondo.

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