CAPÍTULO 3

( La Furia de los Dioses...)

 

Tres días duró la tormenta; al cuarto (martes) amaneció un cielo claro y soleado. Jorge Ferreti, un veterinario oriundo de Junín, se dirigió a una de las estancias que lo tienen a él como veterinario de consulta permanente, previo pago de un abono mensual. En realidad, esta estancia en particular llamada "La Querencia", debía ser visitada el día Sábado por la mañana, como estaba establecido por contrato, pero debido a la gran tormenta que se desató ese día, postergó dicha visita en espera de buen tiempo. Los caminos de acceso al establecimiento se anegan con facilidad, y no es factible transitarlos. Además, resulta prácticamente imposible revisar a los animales bajo un aguacero.

Llegó a la entrada de "La Querencia", ubicada al costado de la ruta; bajó de la camioneta y contempló con resignación como sus botas lustradas se hundían en el lodazal. Le extrañó no escuchar a los perros ladrar, como era costumbre. Abrió la tranquera y, una vez instalado nuevamente en la camioneta, comenzó a recorrer el trayecto que lo separaba del casco de la estancia. Este camino estaba franqueado a ambos lados por sendas hileras de frondosos eucaliptos.

Le costó bastante trabajo mantener el vehículo sobre la huella, pese a su sobrada experiencia en conducir bajo esas condiciones. Cuando llegó al casco, lo que vio lo sobresaltó en tal modo que se quedó inmóvil en el asiento, con las manos aferradas al volante y el motor en marcha, sin atinar a nada. Su mente quedó bloqueada por varios minutos.

Lentamente fue recuperando su cordura y pudo bajar del vehículo.

El cuadro que tenía ante sus ojos era desolador. Lo que antes era un muy cuidado parque tapizado con césped inglés, se había transformado en un territorio plagado de escombros diseminados por doquier.

La gran casa, de dos plantas, de un inconfundible estilo inglés, que ocupaba un frente de más de treinta metros, había sido literalmente partida al medio. Toda una sección de dicho frente, de aproximadamente quince metros, había desaparecido. Era el sector correspondiente a la entrada principal que comunicaba con la gran sala de recepción. La planta alta, exactamente encima de ésta, en donde se encontraban las habitaciones principales, se desplomó dejando un gran espacio abierto semejante a una gigantesca "u".

A unos diez metros de lo que fuera la entrada principal, encontró a uno de los perros, echado sobre la gramilla; muerto, totalmente chamuscado, como si lo hubieran rociado con combustible y luego prendido fuego.

—¡Dios mío! —Exclamó Ferreti dirigiendo su mirada a la casa, luego comenzó a gritar a viva voz—:

—¿Hay alguien aquí? ¡¡¡Contesten Carajo!!!

El silencio de muerte que siguió a estas palabras fue de tal magnitud que se pudo palpar.

No se escuchaba canto alguno de grillos o pájaros y, recién en ese momento, advirtió que todo el ambiente que rodeaba a aquel lugar estaba impregnado de un fuerte olor a azufre. Su garganta se cerró, no a causa del penetrante olor, sino de la congoja que de él se apoderó cuando comprendió que estaba ante un verdadero desastre. No pudo contener las lágrimas ante tanta impotencia. Su cuerpo comenzó a temblar con tanta intensidad, que cualquiera que lo hubiera visto en ese momento, juraría estar ante un epiléptico. Fue presa de tal abatimiento, que se dejó caer de rodillas en el pasto húmedo, presionando con sus manos fuertemente su vientre; cerrando sus ojos, como queriendo negarse a ver tan cruel realidad.

No supo cuantos minutos estuvo en esa posición, lo cierto es que se incorporó, y desechando la idea de entrar en la casa en busca de sobrevivientes, creyó oportuno dar aviso urgente a las autoridades. Se dirigió a la camioneta y tomó el "handy" que estaba sintonizado con su base en el centro veterinario de Junín.

—¡Atento base! ¡Atento base! Aquí móvil veterinario 2. ¡Esto es una emergencia! Repito... ¡Esto es una emergencia!.. ¡Cambio!

—¡Aquí base! —Se escuchó como respuesta— ¿Cuál es el problema? ¡Cambio!

—Acabo de llegar a la estancia "La Querencia", repito, "La Querencia", Kilómetro 460 de la ruta 188. Ha ocurrido un desastre, creo que hay muertos. Comuníquense urgente con el destacamento policial de "Tres Nombres" que es el más cercano a este lugar ¡Cambio!

—¿Usted se encuentra bien? ¡Cambio!

—Sí, a mí no me ocurre nada... creo que aquí están todos muertos... ¡Cambio!

—¿Se refiere al ganado? ¡Cambio!

—¡No sea imbécil! —Dijo en un arrebato de ira— "¡Estoy hablando de personas, carajo!" ¡Terminemos con esto y avise urgente a "Tres nombres" ¡Cambio!

Luego de varios segundos de silencio de radio que parecieron horas, llegó la respuesta:

—Bien, móvil 2, me comunicaré con "Tres Nombres". Mantenga su canal abierto ¡Cambio y fuera!

 

***

 

Al norte de la provincia de Buenos Aires, entre las ciudades de General Villegas y Realicó, se encuentra ubicado un pueblo que aún no figura en las hojas de ruta, y mucho menos en el mapa provincial. A los que son ajenos a la zona, les resulta muy difícil localizarlo, pues hace ya más de noventa años que sus pobladores no se ponen de acuerdo en el nombre con que definitivamente se lo llamará.

Primitivamente, en los albores de este siglo, se lo denominaba "La Querencia"; debido a que fue esta estancia la primera referencia válida para proceder a su localización; luego, algunos habitantes con ideas independentistas y recurriendo a un enfoque más tradicionalista, comenzaron a denominarlo "El Ranquel", como homenaje al último representante de esa raza indígena que supo habitar, desde tiempos inmemoriales esos parajes, quien solitario y abandonado a la buena de Dios recorría los campos en busca de un mendrugo de pan que un alma caritativa pudiera brindarle; pagando a cambio, a quien quisiera escucharlo, con el triste relato de su última huida de la cruel persecución aniquiladora por parte de las tropas del general Roca.

Mas tarde, algunos disconformes con estas decisiones denominativas, comenzaron a llamarlo "El Alfalfar", debido a que sus campos eran los más aptos para el cultivo de esa nutritiva semilla llamada alfalfa.

En el año 1952, se dispuso realizar un plebiscito vinculante para que la gente, con su voto, decidiera cual de estos tres nombres sería el que definitivamente figurara en el catastro provincial. Lo curioso del caso fue que cuando abrieron las urnas, se encontraron con la totalidad de los sobres conteniendo en su interior un papel con la siguiente inscripción: "VOTO POR LOS TRES NOMBRES".

Era evidente que jamás se pondrían de acuerdo, pues ningún poblador quería descartar a cualquiera de aquellos nombres, debido a que todos los votantes descendían de hombres y mujeres que se asentaron primitivamente en "La Querencia" para, luego de unos años, parir hijos que nacieron en "El Ranquel"; los que a su vez, y al cabo de un tiempo, parieron los suyos en "El Alfalfar".

Dada esta curiosa situación, las autoridades decidieron hacer caso a los votantes y agregaron a la lista primitiva, un cuarto nombre, en forma provisoria y con el único fin de ordenar un caos de identidad territorial que confundía al correo, empresas de transportes, la gobernación, turistas ocasionales y todo aquel que quisiera acercarse al lugar. Así que desde ese momento se lo conoce provisoriamente como "Tres Nombres".

El destacamento de la policía provincial de "Tres Nombres", estaba a cargo del comisario Faustino Hernández, un hombre campechano, muy querido por sus subalternos y apreciado por la comunidad. Hacía tres años que lo habían asignado en ese destino y se sentía como en su casa, pues casi todos sus familiares vivían en ese pueblo y su esposa era nacida en aquel lugar; aunque en su partida de nacimiento, como es de suponer, figurara como nombre de la localidad "El Alfalfar".

Faustino era un hombre que solía aplicar la ley sólo cuando ya no quedaba otro camino, pues siempre trataba de solucionar los pleitos menores de los lugareños llamando a la reflexión y apelando al entendimiento entre las partes, amenazando que, de volver a repetirse tal situación, sería inclemente y dejaría caer sobre sus cabezas todo el peso de la ley.

Su esposa siempre sostenía que de no haber elegido la carrera policial, Faustino bien pudo ser un aceptable abogado, debido a su afán negociador.

Cuando el cabo le anunció que había recibido de Junín una comunicación urgente para él, penso que se trataría de un caso más de "abigeato", pues este tipo de delito lo combatían en forma conjunta entre todas las delegaciones de la Provincia de Buenos Aires.

Se dirigió a la oficina de guardia, tomó el auricular del teléfono y, luego de la presentación protocolar, escuchó con estupor la historia que minutos antes había vivido el veterinario Ferreti.

Después de cortar la comunicación, tardó algunos segundos en recuperarse. ¡Que lo parió! "Linda forma de empezar la mañana"—dijo Hernández rascándose con furia la cabeza.

 

***

 

Al cabo de media hora, ya se habían hecho presentes en la estancia dos dotaciones de bomberos de Banderaló, una ambulancia del hospital zonal de Carlos Tejedor, otra de General Villegas, una tercera del hospital de "Tres Nombres" y el comisario Hernández; que arribó acompañado de cinco de sus hombres, repartidos en los únicos dos móviles policiales de que disponían.

El veterinario Ferreti estaba apoyado contra un costado de su camioneta, con la vista perdida en el horizonte, cuando Faustino se le acercó.

—¡Buenas! Soy el comisario Faustino Hernández, a cargo del destacamento de "Tres Nombres" ¿Usted es Ferreti?

—En efecto, comisario —y saludándolo con un apretón de manos, prosiguió—: Lamento que tengamos que conocernos en esta circunstancia.

—Lo mismo digo.

En ese instante, se escucho el llamado de uno de los bomberos: —¡Comisario!.. ¡Comisario Hernández!

—Discúlpeme —le dijo a Ferreti—, voy a ver que encontraron.

Debajo de lo que antes había sido la pared lateral de la sala principal, descubrieron el primer cuerpo. El comisario llegó al lugar y se encontró con una masa deforme de carne y huesos triturados que lo impresionó. Por la vestimenta, se podría suponer que estaban en presencia de un sujeto del sexo masculino.

Dirigiéndose a uno de sus agentes, le pidió que fuera a buscar la cámara de fotos que se encontraba en la guantera de uno de los móviles. (Siempre tenían lista una cámara para fotografiar las marcas de identificación de los animales que confiscaban cuando descubrían un caso de cuatrerismo).

—Sáquele una foto al cadáver en la posición en que se encuentra y también una panorámica del frente de la casa. Al perro que está en el parque me le saca otra foto. —Dijo Hernández dirigiéndose al agente, y luego agregó—: ¿Cuantas quedan sin usar en el rollo?

—¡Quince, mi comisario!

—Bien, no las malgaste porque me temo que encontraremos más cuerpos.

Luego se encaminó hacia donde estaba el jefe de bomberos y le pidió que, al terminar la búsqueda, le diera su opinión de lo ocurrido.

No habían transcurrido diez minutos desde la aparición del primer cadáver, cuando uno de los policías anunció el hallazgo del segundo cuerpo.

Este se encontraba aplastado por una pesada viga de madera, en el sector que correspondía a la cocina. La gran cantidad de escombros que tenía acumulado encima, dificultaba mucho la tarea de rescate. Solo se podía apreciar, emergiendo desde el interior de aquella montaña de cascotes, un antebrazo que apuntaba directamente hacia el cielo, con el puño cerrado, como maldiciendo al "Todopoderoso" por la desgracia ocurrida. Al otro perro lo encontraron detrás del galpón donde se guardan las herramientas de labranza. Estaba en una posición similar a la del otro animal y también su pelaje presentaba inequívocas huellas de haber sido quemado por algo.

Todo parecía indicar que en plena tormenta, la casa había recibido de lleno, un tremendo y poderoso rayo, con la energía suficiente como para devastar lo que se encontrara en un radio de veinte metros. Pero esta teoría perdió sustento cuando aconteció lo inesperado: al costado de un tanque australiano, se hallaba el cuerpo calcinado de uno de los peones, y a cinco metros de éste, al pie del molino de viento, se encontraba otro peón con similares quemaduras.

Esto es lo que al comisario lo inquietó, pues ambos cadáveres

se hallaban a una distancia bastante considerable del casco. Ante esta situación, solicitó la presencia de uno de sus hombres y le pidió que midiera con sus pasos el trecho que existía entre la casa y el molino, en una línea lo más recta posible. Luego debía repetir la misma tarea, pero en dirección al galpón de herramientas.

Una vez que cumplió con el recado, el policía le entregó las mediciones escritas en un papel, tras lo cual, Hernández se apresuró en transcribir en su libreta. Luego continuó —con la calma de un monje tibetano— con la investigación.

Al promediar el día, resolvió pedirle por radio al intendente de "Tres Nombres", que le enviara lo más pronto posible una pala mecánica para remover los escombros del interior de la casa, con la esperanza de llegar al sótano en busca de algún sobreviviente que pudiera encontrarse atrapado allí.

Seguidamente, se dirigió al lugar en donde se encontraba el veterinario y le aconsejó que se retirara.

—"Ya no lo necesito, puede retirarse... pero antes déme su dirección y teléfono" —Dijo el comisario, sospechando que podría ser requerida su presencia en el futuro, si las diligencias judiciales del caso así lo demandaran.

El jefe de bomberos se le acercó y le preguntó si el municipio les enviaría la pala mecánica.

—Ya está en camino —dijo Hernández, para luego agregar—:

—¿Que opina de lo ocurrido?

—Un rayo —contestó secamente el bombero.

—¡Tres! —Dijo el comisario mientras mascaba una ramita de trébol, dejando sobresalir un pequeño tallo de entre sus labios.

—¿Tres qué?

—"Tres Rayos" —abrió su libreta de anotaciones y prosiguió—: De otra forma no se podría explicar este fenómeno. Según los datos recogidos, hay dos cuerpos en las inmediaciones del molino, que le aclaro, está a noventa metros de la casa. A uno de los perros se lo encontró detrás del galpón, que dista a mas de cuarenta metros de ésta y a ciento treinta del molino. El perro que está en el parque, más los dos cuerpos que se encuentran dentro de la residencia, son los únicos que se ajustan a la teoría de un solo rayo. Por lo tanto, le reitero que estamos en presencia de tres rayos que actuaron "inteligentemente y en forma independiente".

—¡Pero eso es imposible!

—Déme otra explicación —sugirió desafiante el comisario.

—No la tengo

—¡Lástima!...yo tampoco. Tendré que sostener esta teoría exponiéndome a que me tomen por loco.

—¿A quién pertenece esta estancia? —Preguntó luego Hernández, queriendo cambiar de tema.

—A los "Del Prete".

 

***

Al día siguiente, todo el pueblo estaba alborotado. Algunos hablaban de una "maldición" que le habían echado a los Del Prete, otros decían que era obra de "Mandinga" y, los más fantasiosos, aseguraban que los responsables de tal exterminio eran unos "Extraterrestres" que, siguiendo los designios de una oscura conjura cósmica, asolaban los campos de la zona.

A medida que se corrió la voz, comenzaron a formarse caravanas de gente que se trasladaba a pie; otros a caballo, algunos en sulky y, los más adinerados, en vehículos a motor; con el solo propósito de acercarse a "La Querencia" para saciar su morbosa curiosidad.

Los cadáveres fueron llevados a la morgue del hospital zonal de "Tres Nombres", a la espera del reconocimiento de sus familiares.

 

***

 

La pala mecánica trabajó toda la noche removiendo escombros hasta dar con la entrada del sótano. Cuando bajaron, solo encontraron siete jamones colgados de una viga, veintisiete longanizas y más de cincuenta botellas de vino tinto borgoña que comenzaron a desaparecer a manos de los presentes en el lugar, quienes no habían probado en tantas horas de búsqueda, otra cosa que no fuera agua de un aljibe en desuso.

El comisario realizó un detallado informe de lo ocurrido, poniendo especial cuidado en no hacer conocer su conclusión final, temiendo que sus superiores lo tomaran por un funcionario poco serio. Adjuntó al original las fotos ya reveladas y ensobró todo con el siguiente encabezamiento: "Sr. Juez de turno en lo criminal. Dr. Carlos Rubiolo. Juzgado Nro. 13 Secretaría del Dr. Hugo Sanchez ". La Plata, Pcia. de Buenos Aires.

En otro sobre colocó las fichas conteniendo las impresiones digitales de los occisos junto con algunos documentos de identidad encontrados en el lugar del hecho, para que fueran cotejados entre sí y proceder a su identificación. Todas las fichas figuraban como N-N.

Este último sobre lo dirigió al "Dpto. de Policía de la Pcia. de Buenos Aires. Área de documentación personal. División Rastros". Luego llamó por intercomunicador al oficial ayudante Falduti y le comunicó que se preparara para salir en comisión hacia la ciudad de La Plata.

—Oficial —dijo Hernández—; hay un tren que parte para Buenos Aires hoy a las catorce horas, quiero que viaje en él. ¿Averiguó el paradero de la hija de los Del Prete?

—Sí comisario, dicen en el pueblo que la chica se llama Marcela y está estudiando en la Capital Federal, en la Facultad de Filosofía y Letras.

—Bueno... entonces haga lo siguiente: usted va a llegar esta noche a Buenos Aires. Así que se me aloja en el hotel Versalles de Constitución y mañana, por la mañana, diríjase a la Facultad y localice a la chica. Una vez cumplida esta tarea, encamínese a La Plata y entregue estos sobres. Antes de regresar llámeme por si surge alguna otra diligencia.

¡Ah!...otra cosa importante: Solo hágale saber a la chica que a sus padres les ocurrió un accidente. No se ande con explicaciones. Déle mi número telefónico y dígale que me llame lo antes posible. No quiero que se entere mal por los diarios lo que le ocurrió a su familia. (Luego extrajo de una pequeña caja fuerte dinero en efectivo y se lo entregó al oficial, haciéndole firmar previamente el correspondiente recibo).

—Tenga, aquí hay suficiente dinero para sus gastos. Tráigame los tikets y no derroche, que andamos cortos con la caja chica.


Gustavo Raimondo

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